Daniel Cuéllar / SEVILLA

Tal día como hoy, hace 24 años, abría sus puertas al público la Expo’92 de Sevilla, espejo del mundo durante medio año,  que sirvió para modernizar la capital hispalense, renovando sus infraestructuras obsoletas, y dotando a la ciudad de nuevos accesos, estaciones e incluso estilo de vida. Hoy por desgracia, es el reflejo de un progreso efímero, que no supo aprovechar su esplendor y que se fue apagando con los años.

«Un sueño hecho realidad» para muchos sevillanos, que estrenaban una nueva ciudad, con nuevos accesos y con un lavado de cara considerable. La Expo era un espectáculo constante, lleno de luces, sonido, pero sobre todo mucho color… y calor, porque el verano del 92 fue uno de los peores veranos de la historia, en los que incluso llegó a haber restricciones de agua.

Pero el complejo de la Expo’92, en la Isla de la Cartuja, creada para el evento, estaba preparado para todo, pero además el diseño se hizo pensando en el agua, como elemento vertebrador de la exposición. Miles de micro aspersores  repartidos por todo el recinto, refrescaban a los visitantes, haciendo más agradable su estancia en el recinto. Fuentes donde la gente metía los pies, e incluso los más osados, se refrescaban bajo los chorros.

No faltaban pasacalles, ni pabellones –a pesar de que uno de ellos se quemó días antes de la apertura de la exposición-, ni interminables colas para acceder a cada pabellón. Pero rebosaba alegría, magia y sobre todo, diversión para toda la familia. La mascota oficial de la Expo 92 se llamó Curro, un simpático pájaro de pico y cresta multicolor, que derrochaba simpatía, y que se ganó el cariño de los sevillanos.

Transporte a la Expo

La Expo era un espectáculo continuo, por la noche y por el día, que atraía a gente desde todos los puntos del mundo. Tanto era así, que al recinto se podía llegar en AVE –primera línea inaugurada para el evento-, a pie, en coche, en barco, e incluso en telecabina. Alrededor de la Expo había una línea de monorraíl, que conectaba los distintos puntos del recinto.

«Fuimos por unos meses, el centro mundial en innovación», reconoce María Dolores Sánchez, una apasionada de este evento, que aún guarda en su casa una colección de vídeos VHS, que rememoran casa momento relevante de la exposición.

La Cartuja en la actualidad

Por desgracia, casi nada de aquello, queda ya. Ni monorraíl, ni telecabina. Muchos pabellones desaparecidos, y los que perduran, alguno en estado lamentable.

Durante los últimos años se ha intentado llevar a cabo una reforma de la Isla de la Cartuja, pero por el momento no llevan el mismo ritmo que el deterioro que se acumula cada día. La antigua Torre de Banesto –actual torre de ABC-, panorámica, lleva sin utilizarse desde hace 14 años, que se puso en marcha, para celebrar el X aniversario.

El jardín americano y los jardines del Guadalquivir se volvieron a abrir al público, tras más de dos décadas de abandono, y a día de hoy presentan un estado lamentable, debido a la dejadez por parte del consistorio sevillano.

La estación de tren de La Cartuja ha sido reabierta recientemente, tras más de dos décadas en desuso, pero sin fecha para continuarla hasta la estación de Blas Infante, y su conexión con el metro, presta un horario limitado y con escasos servicios.

Pasear por el recinto, 24 años después, es reencontrarse con lo que un día fue lo más importante, y que se dejó escapar por parte de las administraciones, ante las constantes disputas de competencias de unas y otras. Adentrarse en la Expo es hacer una retrospectiva en el tiempo, reviviendo aquellos días insólitos que no volverán, y que sólo perdurarán en la mente de los más nostálgicos.