Daniel Cuéllar / SEVILLA

 

En el corazón de Sevilla se encuentra una de las peluquerías más emblemáticas de la ciudad. El local está regentado por Mariló Sánchez López, quien lleva dedicados más de cuarenta años dedicados a la profesión.

Mariló es hija de ferroviario, y asegura que nació en la localidad sevillana de Morón de la Frontera «de pura casualidad», ya que su padre estaba destinado allí por aquel entonces, viviendo en las antiguas «casas de la Renfe». Con 19 años se casó con Manolo, su marido, y empezó a trabajar en la peluquería que, tras 44 años, sigue regentando. «Se la cogí a un peluquero que me la traspasó por 250.000 pesetas de aquel entonces, que era un dineral para la época».

La peluquería se encuentra situadas en el barrio de la calle Feria de Sevilla, donde cada mañana, abre sus puertas para recibir a las clientas, en su gran mayoría, ya afiliadas desde hace décadas, que han ido cosechando una buena amistad, y a día de hoy, forman parte activa de la vida de Mariló. «Dentro de poco ya me toca jubilarme, y no sé qué será de mí, estando tan acostumbrada a ver cada día a mis amigas, y porque soy una persona a la que no le gusta estar sentada, sino más bien todo lo contrario», cuenta la peluquera.

Hace dos años, estuvo durante varias semanas con la peluquería cerrada, a causa de la rotura de una pierna. «Estábamos muy preocupadas por nuestra amiga, y además echábamos de menos los ratitos que pasamos aquí cada tarde. Cuando no estamos tomando el café, nos traemos las labores de punto, y nos ponemos a charlar. Para mí es algo tan cotidiano y usual, que forma parte de mi vida», cuenta María Jesús, una de las clientas habituales.

Mariló pertenece a la generación «Ye-yé», al igual que la mayoría de sus clientas, que han ido creciendo y madurando junto a ella. Para María Hidalgo, conocida por todas como «La Casablanca», porque su marido tenía el bar del mismo nombre en la calle Zaragoza, o para Pili, ir a la peluquería de Mariló es ya una costumbre, porque lo lleva haciendo desde hace más de 30 años. «Todos los días me paso por aquí, aunque sea a saludar».

Todas las clientas tienen motes, desde Pepi «la modista», Isabel «la de Cacao», o Loli «la del bar», quien precisamente, no hay día que no visite a Mariló. «Juntas celebramos el nacimiento de mi nieta, cada año montamos en coche de caballos durante la feria, y nos sentamos juntas en las sillas de Campana, en Semana Santa», comenta.

El mobiliario de la peluquería es lo que hoy en día, podría calificarse de «vintage», con unos espejos tapizados en polipiel marrón, acompañados de butacones rígidos, secadores de pelo con silla, e incluso unos lavacabezas que bien podrían exhibirse en un museo. En varias ocasiones, han venido estudiantes a pedir permiso para sacarle fotos a la peluquería, y para muchos resulta un atractivo turístico más de la ciudad, ya que todo permanece como antaño, inamovible, como si de una retrospectiva en el tiempo se tratase.

Lo que Mariló tiene claro es que ha dedicado prácticamente su vida a su profesión, y que en este tiempo ha conseguido crear una gran familia, compuesta de todas esas mujeres que han ido viviendo su vida, junto a esta afable peluquera.