Daniel Cuéllar / SEVILLA

La estación de Aznalcázar-Pilas aguarda un futuro más halagüeño, esperando ser integrada dentro de la red de cercanías de Sevilla.

La línea férrea que une Sevilla con Huelva data de finales del siglo XIX. En su trayecto, el tren realizaba paradas en cada una de las estaciones del recorrido, entre ellas, en plena comarca sevillana del Aljarafe, la de Aznalcázar-Pilas, un enclave singular donde incluso llegó a formarse una aldea, y que en la actualidad se encuentra cerrada al tráfico de viajeros.

La línea se inaugura en el año 1880, tras varias décadas de negociaciones, y según varias actas capitulares que se conservan en el ayuntamiento de Aznalcázar, existen varias fechas, por las que se puede ir conociendo a fondo, la importancia de esta estación, y la transformación que ha ido sufriendo durante el siglo XX, hasta su cierre.

Corría el 29 de septiembre del año 1892, cuando el consistorio aznalcaceño solicita un permiso para adornar la estación por la que pasaría el «Tren Real», en el que viajaba la regenta María Cristina de Habsburgo con su hijo, aún menor de edad, Alfonso XIII.

Diego León es un cronista aznalcaceño que recuerda con nostalgia la trayectoria de esta estación. «Es una pena que una estación con tanta importancia como la de nuestro pueblo, hoy en día, por 7 kilómetros, no forme parte de la línea de cercanías de Sevilla, porque los políticos de la época no supieron estar a la altura, y no reivindicaron la necesidad de este transporte», comenta.

En los primeros años del siglo XX se reúnen los alcaldes de Pilas, Villamanrique de la Condesa, Hinojos y Aznalcázar, para solicitar mejoras en el camino que da acceso a la estación, así como la creación de un tren corto que hiciera parada a las 6 de la mañana y regresase a las 8 de la tarde. «Es cuando se se amplía el muelle de carga para dar servicio a las bodegas de Patricio Medina Garvey, una empresa muy importante para la época, que tenía junto a la estación una destilería que, junto con una serrería, daban trabajo a los pueblos vecinos. Los arreglos del camino también son constantes, pero siempre coincidiendo con el paso de carruajes de lujo, como el de la Condesa de parís, que tenía casa en Villamanrique», cuenta Diego a TROTAMUNDO.

Restos del asentamiento en torno a la estación

Restos del asentamiento en torno a la estación

Medina Garvey trae la luz a Aznalcázar en el año 1913, y habilita servicio de transporte entre Pilas y la estación, apodado «La Tani». El complejo de la estación comienza a estar en auge, por lo que se solicita una sala de espera para viajeros, la concepción de billetes de ida y vuelta, e incluso un colegio para los hijos de los empleados que trabajan allí.

«El pueblo de Pilas hacía mucho uso de la estación, dado que desde siempre ha sido una localidad muy industrial, y por eso pasó a llamarse Aznalcázar-Pilas, a pesar de encontrarse a 3 kilómetros de la villa pileña», relata el cronista aznalcaceño.

En 1906 se autoriza la creación de un kiosco para la venta de agua, y 3 años después se abre una cantina que perdura hasta la década de los años 60, y que regentó durante muchos años, el pileño «Manolo el de la cantina».

Pero para la gente de Aznalcázar el ferrocarril ha estado presente en sus vidas de una forma muy marcada. «Recuerdo cuando éramos niños e íbamos a poner las perronas sobre los raíles, para ver cómo quedaban después del paso del tren», cuenta Diego. El tren ha servido para los aznalcaceños como predicción del tiempo, porque «cuando el silbido del tren sonaba muy cerca, significaba que soplaba el viento del noroeste, y que el tiempo iba a cambiar», asegura León.

También el pitido del tren era reloj de los vecinos, de hecho, también una de las desgracias más importantes del pueblo. «Al bajar por el camino de la Fuente Vieja, había que cruzar el puente del tren, sobre el río Guadiamar, donde hubo muchos accidentes, entre ellos, el del «Moronero», un vecino de Morón de la Frontera asentado en el pueblo, que fue atropellado por el tren de las 7 de la tarde. Desde entonces, la gente del pueblo atribuyó el nombre de aquel vecino, al tren de la tarde, cuando pitaba al salir de la estación», cuenta Diego León.