Daniel Cuéllar / SEVILLA

Eran las siete y cuarto de una tarde lluviosa de domingo, cuando el equipo de investigadores del Expreso de Medianoche se disponía a tomar rumbo hacia el pueblo sevillano de Aznalcóllar, conocido por su auge minero ,y más recientemente, por una desafortunada catástrofe ecológica que llegó a extenderse incluso hasta el parque de Doñana. Queríamos buscar vestigios de lo que en su día fue, un importante ramal ferroviario minero, ya en desuso.

La blanca tartana en la que viajábamos parecía que iba a salirse de la carretera cada vez que tomaba una curva. Al salir de Sanlúcar la Mayor y llegar a la famosa curva de las Doblas, contemplamos una inmensa llanura, en la que podían distinguirse infinidad de olivos, y el río Guadiamar que fluía entre ellos.

Tras cruzar el puente que atraviesa el Guadiamar, tomamos el desvío hacia la derecha, dirección Gerena, y en apenas diez minutos avistamos nuestro primer objetivo.

Un paisaje de páramos envolvía a Aznalcóllar. Con las crestas y vaguadas que el terreno iba dibujando a su antojo, la tartana blanca iba dando brincos, cuan saltamontes avanzaba por el campo.

Una vez allí, tomamos de nuevo dirección a Gerena, y a las afueras del pueblo divisamos las grandes explotaciones mineras, su mayoría en declive. A su lado pudimos ver unas viejas cintas transportadoras, que por su estado, debían de estar en desuso. Muchas portillas cerradas y apenas dos edificios permanecían abiertos, cosa que pudimos comprobar porque era de noche y se percibía luz en su interior..

Por mucho que mirábamos en derredor no encontrábamos el mínimo rastro de lo que pudiera ser un camino de hierro. Ni terraplén donde pudiera ir asentada la vía, ni siquiera una señal de lo que un día pudo avisar de que un tren se acercaba lentamente por aquellos parajes.

Al tomar una curva, creímos ver un cargador de agua de las viejas locomotoras dentro del recinto de las minas, pero con la noche encima y la distancia a la que se encontraba, no podemos certificar que lo que observamos fuese lo que realmente era.

Continuamos ruta por esa carretera, y el desolador paisaje de minas fue quedando atrás, dando paso de nuevo al frondoso paisaje que componían los olivos. Fue entonces cuando una idea en mi mente decidió que nos desviáramos de la ruta original y nos introdujésemos entre la infinita masa arbórea, por un camino que aún no había conocido el asfalto.

La vieja tartana se quejaba con cada bache en los siete kilómetros de ida hacia ningún sitio, con la esperanza de encontrarnos con la mítica vía. Si fue ruidoso el camino de ida, el de vuelta lo fue aún más, ya que también nosotros rugíamos de furia por no haber encontrado más que el fin del camino en la portilla de una hacienda, donde no nos quedó más remedio que dar la vuelta, no sin antes, bajarnos para contemplar al menos, el lindo paisaje que se ofrecía ante nuestros receptivos ojos.

De vuelta en la ruta original, llegamos a Gerena, un pequeño pueblo próximo a la Ruta de la Plata, donde especialistas realizan a menudo avistamientos de OVNIS. Por lo demás, un pueblo que conserva hoy en día un estilo rústico y tradicional.

Caía la noche cuando llegamos, y ciertamente como resultaba difícil pensar que encontraríamos algo después del éxito obtenido en el resto del viaje, optamos por preguntar a un vecino que muy propio, nos indicó donde se encontraba la vieja estación, y tomando ruta de nuevo, llegamos hasta la plaza del pueblo. Aparcamos la tartana e intentamos buscar una fachada que se asemejara a lo que pudiera haber sido una estación en su buena época.

Decidí, por cuenta propia, volver a preguntar a una mujer muy agradable que se encontraba en el interior de un coche. Nos explicó que la calle en la que nos encontrábamos se llamaba “del puente sin baranda”, y que por lo visto debía de estar relacionado con aquella línea férrea de antaño. Quizá un puente de hierro donde se asentaban tan sólo dos raíles por los que pasaba la locomotora cargada de mineral, desde las minas aznalcollanas.

Asimismo, nos indicó cuál de los edificios que había en la calle, era la estación. Se Encontraba en una esquina del parque y estaba vallado en su totalidad, ya que hoy por hoy estaba habilitado como vivienda. Podía distinguirse el tejadillo que daba a las vías, que conservaba ese estilo rural, de las viejas estaciones.

Habiendo llegado al final del trayecto, el equipo del Expreso de Medianoche optó por regresar a sus respectivos hogares, insatisfechos por la falta de restos evidentes en una ruta a la que se le había puesto un especial interés. Por desgracia para nosotros no era precisamente la idea que rondaba en nuestra mente de vieja línea abandonada al amparo del olvido.

Lástima que de tanta historia ilustrada en enciclopedias de lo que en su día fue este importante tren minero, perdure hoy tan sólo en el recuerdo de los más ancianos, quizá de lo que fue y ya no será más..