Daniel Cuéllar / LEON

La tranquilidad y la relajación elevadas al máximo exponente se dan cita en un recóndito valle de la provincia de León. Inmerso en la Reserva de la Biosfera de la montaña de Los Argüellos, reposa Canseco, un paraje singular, donde un día, alguien olvidó que permanecía allí.

Territorio hidalgo, tierra de arrieros, Canseco es sin duda una de las mejores reseñas de la historia de los últimos siglos. Ejemplo de ello son algunos elementos que datan del Medievo, como es el caso de la torre vigía, algunos puentes sobre el río, calzadas empedradas y algunos escudos. Incluso algunos expertos sitúan aquí las ruinas de lo que pudo ser el castillo de Argüellos. Signos que reflejan su glorioso pasado, del que ahora tan sólo quedan vestigios olvidados, y mucha paz.

Desde el municipio de Cármenes, en dirección al puerto de Piedrafita, un proyecto que nunca vio la luz, se llega a Canseco. Tan sólo hay que tomar el desvío, una vez pasados Los Pontedos, un lugar donde el río juega con las rocas, abriendo paso a sus aguas a través de una pequeña garganta.

Para llegar a Canseco, debe tomarse una carretera angosta, pero de paisajes singulares. Su trazado discurre entre río y peña, y en algunos tramos resulta imposible el paso de dos vehículos al mismo tiempo. Cuando el viajero llega al pueblo, lo primero que puede ver es el cementerio, en lo alto de una montaña. A sus pies se juntan dos ríos, el Canseco y el Palombera, que toma nombre de una de las zonas del pueblo. Además de Palombera, el pueblo se divide en los barrios de El Golpedero, Calle Arriba, La Corralada, El Puerto, La Barriada, El Barrio y La Torre. Resulta curioso, que un pueblo de apenas un centenar de casas, tenga sus zonas tan demarcadas. Otro dato curioso es que tiene una iglesia, la de San Pedro, que se asienta en la parte alta del pueblo (Palombera), y una pequeña capilla, la de San Roque, en lo que los palomberinos denominan Cansequillo.

El centro del pueblo se sitúa en torno al Casino o Teleclub, un viejo caserón que data de época de indianos, que fueron los que aportaron el capital para su construcción. Durante la guerra fue destruido en un incendio y tuvo que ser reconstruido años después. Este lugar fue sitio de reunión para todo el pueblo, ya que cada semana se celebraban bailes, al son de la pandereta y la pianola. Los indianos, que en su mayoría eran lugareños que se habían marchado a Cuba a hacer fortuna, también contribuyeron en la construcción de la bolera, bautizada como El Malecón, con claro referente cubano, que data del año 1918. Hoy en día, en el casino se dan cita los lugareños durante las fiestas en honor a uno de sus patrones, San Roque, donde también se celebran competiciones de bolo leonés. Cada año se sigue conmemorando en los periódicos de la provincia, la bolera que convirtió a Canseco, en la capital internacional del bolo leonés.

Canseco ha sido desde el siglo XIX un pueblo minero. Por ello, en esa época comenzaron a extraer oro de sus montañas. Durante el siglo pasado, el material precioso cayó en el olvido, y se centraron en la extracción de hulla, a través de galería, y de piedra caliza por voladura. Incluso llegó a realizarse extracción de hierro a pequeña escala. Todo ello, en la actualidad ha quedado como un vago recuerdo, del que aún quedan señales que pasan inadvertidas, como es el caso de la antigua escombrera, donde la línea de baldes que bajaban de las montañas, arrojaban los sobrantes.

El río Canseco divide al pueblo en dos. Hace algunas décadas, cuando la montaña aún no gozaba de tendido eléctrico, existía allí una central hidroeléctrica, que suministraba la luz al pueblo. Un día lo hacía hacia la margen derecha del río, y otra, hacia la izquierda. La luz era muy tenue, y los lugareños tenían que buscar soluciones para poder alumbrar toda la casa, con apenas tres bombillas.

Pero el agua del río, además de generar electricidad, también propicia el goce y disfrute de aquellos atrevidos que osen a bañarse en sus frías aguas. Numerosos pozos conforman el cauce del río Canseco, aunque es sin duda, La Fervenciona (de pozo ‘ferviente’, que hierve, según el dialecto leonés) el más visitado por los intrépidos bañistas. Con un diámetro de unos ocho metros y una profundidad en torno a los cuatro, este lugar es uno de los más concurridos durante el verano, en los que personas de toda España, acuden para aliviarse del calor.

La naturaleza rodea a este valle de origen glaciar que linda al norte con la localidad asturiana de Río Aller, a través de la Collaona. En el término municipal se encuentra uno de las cumbres más altas de la zona, el Pico Huevo, con 2.154 metros de altitud, sólo superado por el Brañacaballo, en Piedrafita. Es común, por tanto, ver a montañeros paseando por estos parajes. Esta y otras rutas, como la que existe a la localidad de Redilluera, dentro del valle del río Curueño, son uno de los principales reclamos que tiene el pueblo, para los aficionados al deporte. La gente de Canseco prefiere hacer rutas al bosque del Carrizal, visitar la cueva de Celestino, o pasear por los valles de Peradillas o Bodón, que son lugares emblemáticos que permanecen en secreto sólo para los lugareños, con la certeza de no encontrarse a su paso con desconocidos.

Un paraje con un sinfín de actividades que permiten descubrir un paisaje singular, un paseo enigmático en busca de los vestigios de un pasado esplendoroso, en un presente marchito que mira atrás con nostalgia.